Cuando dejé de pensar que Pepelón existía (amigo imaginario), el mundo se puso de golpe más hostil, pero no por eso menos apasionante. Porque rápidamente la dialéctica de mi cabeza de niño se aferró a su naturaleza mágica, a la maravilla de mi existencia, al vértigo del misterio. Entonces pude saber que quería ser por siempre un niño, porque veía que los adultos nada tenían de mi mundo, a pesar de estar en él. Yo no quería crecer para no dejar de ser nunca el habitante de mi mundo imaginario, mi palacio supraperfecto. No sólo perfecto como el de mi vida normal. Fue entonces cuando se me ocurrió la maravillosa idea de vivir dentro de una burbuja que reuniera todas las condiciones de la supra-perfección. Tenía que acudir a mi madre, la que siempre me había entendido, la que siempre me acurrucaba entre sus ventrículos y su aorta, ahí desde donde nace el pulso, ella debía tener la solución a esta alma acongojada. Puse todo mi valor en los zapatos, la ingenuidad en el bolsillo, me acerqué a ella con la decisión de un misil y le pedí lo imposible… Le pedí a mi mamá que me regalara una burbuja.
Nos quedamos rato mirándonos sin juicios, hasta donde yo sé…luego ella me habló: Me dijo que tal vez una burbuja no sería lo más óptimo para mi desarrollo, que no iba a conocer el mundo de forma real y que me sería imposible encajar en él cuando quisiera salir de mi quimera. Me dio igual, le dije que aún así, yo quería que ella me regalara la burbuja. -"Es que no son nada baratas", me dijo "Una burbuja nos puede costar la renuncia", dijo. -"¿La renuncia a qué mamá?" -"A todo hijo, a todo". -"¿Y cuál es el problema?" -"Que puede ser irreversible". Me daba igual.
Sus palabras no me atemorizaban, ya lo habían hecho mucho tiempo. Entonces lloré y pataleé y ella me dijo que no la manipulara, que no me iba a regalar la burbuja. Pues lloriqueé a sus pies por semanas diciéndole que no me interesaba el mundo real, así de sucio, así de turbio. Ella me dijo que era muy difícil formar una burbuja dentro de otra burbuja, eso yo no lo entendía muy bien. Mi madre ya se había percatado de mi mundo propio, de mi reducido y basto mundo. Yo no la escuché y le dije que prefería un mundo imaginario, que sabía que para mi sería igual de real. Ella me arrastraba todos los días, a mi y mis congojas metafísicas, trapeaba el polvo estancado con mis ruegos pegajosos.
Un día (creo que fue en invierno) la pillé desprevenida y cedió. "Te regalaré una burbuja hijo". La abracé con infinita ternura y ella dijo que me quería. Le empecé a decir como quería que fuera mi burbuja: saqué una copia de la lista de mi bolsillo que siempre llevaba por si acaso y empecé a enumerar todas las características de mi burbuja soñada: 1- la burbuja debe tener dimensiones medidamente inconmensurables. Desde donde yo, parado en cualquier punto del terreno o ultraterreno, divise todo el horizonte y no vea en ningún rincón ni manchas de propiedad ajena, todo debe ser del todo. -"¿Crees que te has portado lo suficientemente bien y has sido lo suficientemente honesto como para recibir tan grandioso regalo, hijo?" -"Por supuesto mamá". Mi respuesta no podría haber sido mas honesta. Seguí con la lista: 2- debe haber diversidad de climas y paisajes, ecosistemas y animales, un pequeño he infinito mundo a mi medida. 3- mi imaginación es la que debe mandar, debe ser un sitio atemporal como en los sueños y poseer la virtud de provocarme sensaciones corporales, psíquicas y enteléquicas. 4- mi casa debe tener nada más que lo necesario en cuanto a alimento y aseo personal, una colcha donde echar el caracho, y murallas blancas con fotografías blancas. 5- no necesitaré esposa, porque podré relacionarme con los seres hechos de energía que vagaran por los montes y las praderas, que en el instante donde yo quiera podrán materializarse.6- la burbuja debe poseer una realidad irracional y una existencia espontánea de las cosas. 7-La funcionalidad de las cosas será reemplazada por lo disperso de este mundo onírico que se basta a si mismo.
Mamá quedó boquiabierta. "¿Tú escribiste esas características, hijo?" Yo quede vacío, no recordaba haberlas escrito, sólo sabía que tenía una lista con mis peticiones en el bolsillo y la leí impulsivamente, yo no las había escrito, por lo menos no me acuerdo cuando lo hice. No tenía sentido ni fin darle esa explicación a mi madre entonces le dije: "sí mamá, yo las escribí". (Pensé que podría haber sido una manito de dios) ella caviló un momento, y me dijo: "bueno, yo confío en tu sinceridad, hijo". Hubo un silencio… "¿y?" pregunté. "Está bien, te regalaré la burbuja, eres un chiquillo muy sensible y muy inteligente". ¡¡Gracias mamá!! Eres maravillosa. -"Eso sí, tienes que renunciar hijo, debes renunciar a este mundo para poder vivir en el que tú quieres". Yo me quede callado y no supe que decir, cachetada y grilla al piso, ¿esta mierda de pragmatismo sería mi cárcel de siempre? Me fui a la pieza, arrugué la lista de mi mundo perfecto y me ahogué en llantos. Me pasé horas mojando la almohada, me era una utopía abandonar este mundo porque debería haberme desmaterializado.
El rastro de los mocos y las lágrimas quedaron petrificadas en la funda del cojín. Desde entonces cada vez que me preguntaban que quería ser cuando grande yo respondía que quería seguir siendo niño por siempre, que yo cuando grande quería ser niño. Pero por cosas de la biología y la sociedad crecí y me hice adulto. En aquel momento mi existencia se inclinó por la libertad incondicional, por la exquisita lucha de poder desmaterializarme.
Bicho Pablo